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La Larga Sombra De Un Sueño

Язык: Неизвестно
Тип: Текст
Год издания: 2020
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La Larga Sombra De Un Sueño
Roberta Mezzabarba

”La noche en la que apareció en la mente de Greta la oportunidad de dar un giro definitivo a la vida que, desde hacía tiempo, le daba lo mismo, el mar estaba siendo batido por una tramontana gélida y cortante, todavía se acordaba perfectamente. Estaba decidida: escaparía”. ”La noche en la que apareció en la mente de Greta la oportunidad de dar un giro definitivo a la vida que, desde hacía tiempo, le daba lo mismo, el mar estaba siendo batido por una tramontana gélida y cortante, todavía se acordaba perfectamente. Estaba decidida: escaparía”. De esta manera comienza LA LARGA SOMBRA DE UN SUEÑO. Vidas que se entrecruzan, orgullo, historias que se repiten y emociones, pasiones… destinos. Greta es una muchacha que decide tomar las riendas de su vida pero, luego, se da cuenta de que nunca ha abandonado sus raíces, que comprende que una herida, para considerarse cicatrizada, debe ser limpiada dolorosamente hasta llegar al corazón del problema. Nadie puede alcanzar la claridad sin caer primero hasta el infierno y remontarse para ver el cielo. Es verdad, nada será como antes pero, si se quiere vivir y no solamente existir, este es el camino. Estos son los puntos fuertes de esta novela, bien articulada, gratamente fluida. Un libro romántico pero no demasiado, que esconde muchos enfoques y está abierta a múltiples interpretaciones pero, sobre todo, un análisis del hombre, entendido como ser viviente, a merced de una vida imprevisible. Puedes ver el booktrailer aquí: https://youtu.be/fSlelRK3fdY

Roberta Mezzabarba

La Larga Sombra de un Sueño

Esta es una obra de fantasía.

Nombres, personajes, ubicaciones y sucesos son imaginarios o son usados de manera ficticia y cualquier referencia a personas, vivas o muertas, a hechos o lugares existentes es puramente casual.

Tituolo oroginale de la obra: La lunga ombra di un sogno

Primera Edición

noviembre 2017

IL MARE

© 2017 La Caravella Editrice

Segunda Edición Publicado por ©Tektime

junio 2020

304 páginas

www.traduzionelibri.it

Roberta Mezzabarba

La larga sombra

de un sueño

Traductora: María Acosta Díaz

A mi abuela Giacinta,ahora un dulce recuerdo,que me ha enseñadoa no rendirmeJamás.

Prefacio

La noche en la que apareció en la mente de Greta la oportunidad de dar un giro definitivo a su vida que, desde hacía tiempo, le daba lo mismo, el mar estaba siendo batido por una tramontana gélida y cortante, todavía se acordaba perfectamente.

Estaba decidida: escaparía.

En la oscuridad sólo había olas, lenguas blancas y espumeantes, que se movían, deliberadamente, para romper la armonía de aquella mesa azul oscura, avanzaban con movimientos cada vez más implacables, casi como si quisiesen golpear con violencia los escollos oscuros de aquella bahía pedregosa a pico sobre el agua.

La espesa vegetación, presente sólo de manera fragmentaria sobre aquella orilla, ondeaba como lo habrían hecho verdes guedejas de ninfas, despeinadas por un viento incómodo.

Muchas veces, desde niña, Greta se había refugiado allí, en aquel Edén, donde podía sentir, cálido y vivo, el contacto con la parte más indómita de sí misma: se sentía muy apartada del resto del mundo que la rodeaba y sin embargo el dolor conseguía alcanzarla con oleadas tan cercanas que le hacían perder completamente la percepción de cualquier otra cosa.

Quizás desde niña había estado siempre un poco desconectada del resto del mundo, de lo que la masa creía justo… y ahora, después de tanto tiempo, en su mente cada vez era más firme la convicción de que haría bien si continuaba manteniendo las distancias con todo lo que la rodeaba: demasiado a menudo la excesiva proximidad, la excesiva confianza, nos convierte en frágiles e indefensos para juzgar y combatir lo que nos perjudica.

De niña le encantaba fantasear, con la mirada perdida en el azul oscuro del mar: soñaba con ser una princesa prisionera de una bruja malvada, contra la cual resistía a la espera de que su príncipe viniese a salvarla, en su caballo blanco.

Quizás era justo la persecución de aquel sueño lo que, en un cierto momento, se había convertido en exasperante, había infectado lo que podría haber sido una existencia por lo menos tranquila.

Sólo ahora que se había quedado sola, realmente sola, se daba cuenta de esto, con amargura.

Sólo ahora, que no tenía ni siquiera fuerzas para recoger los fragmentos de su vida, escombros que se acumulaban alrededor de ella, momentos ahora ya perdidos irremediablemente, veía con claridad ante sí la sombra que le había ocultado el sol.

La larga sombra de un sueño.

PRIMERA PARTE

¿Por qué el hombre se enorgullece de poseer una sensibilidad superior a la que muestran los animales? Esto no hace sino vincularlo cada vez más a la necesidad. Si nuestros impulsos se limitasen al hambre, sed y deseos sexuales seríamos prácticamente libres, en cambio cada ráfaga de viento, cada palabra dicha al azar o la escena que ésta evoca en nosotros nos afecta en lo más hondo

    Mary Shelley

1

Ya era tarde para permanecer sentada sobre los escalones del Duomo pero Greta jamás se cansaba de sentirse arropada por aquella plaza, libre para poder admirar hasta la saciedad las ventanas geminadas del Palazzo Papale: era un espectáculo como pocos cuando el sol rojo del atardecer afinaba todavía más sus delgados entramados. A primera vista podían parecer como encajes preciosos, elaborados por una experta bordadora, en cambio no eran más que el fruto de la fuerza y de la precisión de brazos potentes y dedos sabios de canteros viterbeses que con su arte conseguían domar la aparente dureza del peperino[1 - Nota del traductor: Toba volcánica de color marrón o gris que contiene fragmentos de basalto y piedra calcárea con cristales diseminados de otros minerales.] haciendo que adoptase la forma que más deseaban.

En aquellos momentos todo era mágico.

Habían ya pasado más de cinco años desde que Greta trabajaba en Viterbo, como secretaria de un notario. Amaba su patria adoptiva, las callejuelas del centro histórico pavimentadas con adoquines, las fuentes en cada plaza, las escaleras exteriores pegadas a las fachadas que, con su refinada arquitectura, hacían de conexión entre la calle y el primer piso de los edificios del prerrenacimiento; amaba aquel aire de paz que se respiraba en las campiñas poco distantes de la ciudad. A pesar de esto, como auténtica siciliana, no había conseguido mantenerse alejada del agua, el elemento que prefería y que creía casi indispensable para su supervivencia. Después de haber escapado de Aci Castello se había alojado por un breve período en Roma, donde había trabajado en un sitio de comida rápida, pero luego había buscado playas más tranquilas. Había alquilado una casa en Capodimonte, un pequeño pueblo cerca de Viterbo, bañado por las aguas del lago de Bolsena. Aquel fantástico espejo de agua, con sus dos islas siempre presentes como guardianas, la había atraído desde el primer momento, hechizándola enseguida.

Ya era tarde y Greta debía volver a casa pero primero debería pasar a ver al notario De Fusco, su jefe, para retirar algunos expedientes que debía entregar al propietario de una de las dos islas del lago de Bolsena, la isla Bisentina: estaba emocionada por el hecho de que a la mañana siguiente, en una pequeña barca, iría hasta la isla que había suscitado su curiosidad desde el mismo instante en que la había visto y podría observar con sus propios ojos aquello que sólo había escuchado contar.

El notario De Fusco era un hombre graso, de unos sesenta años, con poco pelo y una mirada vacua, serio con su trabajo pero, realmente, no muy enérgico.

Es una buena persona, pensaba Greta, pero tenía miedo de su propia sombra y quizás ese era su peor defecto.

Greta recordaba cuando, unos años antes, escudriñando un periódico local a la búsqueda de un trabajo, en las páginas de los anuncios, le impactó lo telegráfico de su mensaje Seriedad y ganas de trabajar. Es lo que busco.

Él era así.

«Entonces señorita Greta, estamos de acuerdo. Mañana por la mañana usted irá a visitar al Príncipe del Drago en la barca de aquel pescador con el que ya he contactado, le leerá uno por uno los documentos de venta, hará que los apruebe, le dejará una copia y otra la traerá de vuelta. Le ruego que sea amable pero no ceremoniosa, el exceso no es jamás adecuado en este tipo de situaciones.»

Ya le había repetido tres o cuatro veces a Greta la lección de qué y cómo hacer una operación que ella conocía perfectamente, pero él estaba visiblemente nervioso por el éxito de aquel gran negocio: el hecho de que un gran terrateniente como el Príncipe del Drago lo hubiese escogido entre todos los notarios que había en la zona para poner en orden sus negocios inmobiliarios representaba, seguramente, un motivo de orgullo, sobre todo con respecto a sus colegas que, como decía cuando estaba de humor para confidencias, asumían el trabajo sólo como una manera para ganarse el sustento.

Después de salir del palacete donde tenía la sede su oficina, con un considerable paquete de papeles encerrados en el bolso de piel negra que el notario le había prestado para la ocasión, Greta se topó con un aire fresco que parecía quererla acompañar a la parada del autobús, como habría hecho un compañero fiel, preparado para escuchar sus aventuras del día anterior.

* * *

Cuando, finalmente, llegó el momento de bajar del autobús, el sol se estaba poniendo y, en su lugar, en el cielo había un leve enrojecimiento que reflejaba sombras de sangre sobre el lago que parecía haber sido herido por la estela dejada por alguna remota barca de pescadores que volvía de instalar las redes: las dos islas se perfilaban contra el horizonte oscuro como la noche.

La Rocca[2 - Nota del traductor: En italiano, en el original. Es un tipo de fortaleza.]di Capodimonte que miraba al lago desde la pequeña península en la que surgía la parte más antigua del pueblo, se alzaba con su soberbia figura poligonal. El bosque que coronaba la fortaleza, con sus antiguos magnolios frescos y brillantes, con las palmeras y las adelfas rosas, fue seguramente estudiado para disminuir prácticamente la visión de la altura de los grandes contrafuertes que la sostenían, pero su presencia embellecía aún más el cuadro que se dibujaba al observar la fortaleza, incluso desde lejos. Greta se encaminó hacia su casa pensando en la primera vez que había visitado aquel palacete: recordaba el patio, con sus puertas, sus ventanas, con el triple porche proyectado por Sangallo, recordaba los pisos superiores, accesibles a través de una escalinata probablemente utilizada en tiempos antiguos incluso por los caballos, recordaba escaleras largas, derechas y oscuras. Todo estaba desierto en la vieja fortaleza y, si bien desde cada ventana, desde cada agujero, el lago se extendía con sus brillantes colores, no se advertía más que tristeza filtrarse de los muros que un tiempo habían acogido los fastos y el esplendor de nobles linajes, y que ahora sólo vivían años de soledad.

Si bien en la melancolía de aquellos recuerdos los pensamientos de Greta corrían hacia el día siguiente, cuando finalmente podría ir a la isla Bisentina, minúsculo trozo de tierra, y sin embargo tan fascinante como para ocupar, aquella noche, todos sus pensamientos.

Siempre con la mirada vuelta hacia el lago caminó por la empinada cuesta pavimentada con adoquines grises que conducía a la parte más alta del pueblo, donde se encontraba su casa. Greta conocía bien las callejuelas empinadas y tortuosas llenas de escaleras, muros, arcos entre edificios, con las casas que se asomaban a ellos, construidas con la piedra oscura del lugar, hendidas a veces por oscuros pasillos, o animadas por la nota roja de una franja o de un simple remiendo con ladrillos. Conocía el perfume de las macetas y jardineras llenas de hierbas y de flores que asomaban desde las pequeñas ventanas, o puestas para adornar cualquier pequeño tabernáculo en los ángulos de los edificios. De repente, resurgiendo de la contemplación de aquel puesto idílico que se mostraba sin pretensiones en su simplicidad, sintió que se le había acercado alguien cuya sombra se alargaba cerca de la suya.

«Buenas noches, señorita Greta, esta noche habéis vuelto realmente tarde. Usted trabaja demasiado.»

Una ancha sonrisa, enmarcada por miles de minúsculas arrugas esculpidas en un rostro quemado por el sol: era el vecino de Greta, el viejo pescador.

«¡Caramba! Señor Giacomo, ¡me ha dado un buen susto! Quién sabe quién pensaba que fuese a estas horas… Esta noche tengo la cabeza en otro sitio, creo que estoy ya en medio del lago.»

Siguieron caminado durante un tramo del camino, uno al lado del otro, sin decir palabra, inmersos cada uno en sus propios pensamientos, Greta con la maleta llena de documentos en la mano derecha y Giacomo con una cesta llena de productos frescos de su huerta: zanahorias estilizadas, tomates rojos y jugosos, patatas amarillas, melocotones de piel rosada y aterciopelada y huevos todavía recién cogidos. Sobre los productos de la huerta Giacomo había colocado un manojo de flores, unidas a la perfección por una ramita anudada: distintos tipos de cinia, delicados aster y gladiolos apenas floridos. Ahora ya habían llegado a la plazuela: Giacomo habría querido regalar a Greta aquella cesta con los productos de su huerta pero la muchacha nunca había querido aceptar nada de él, respondiendo que el hecho de que ocupase aquella preciosa casita a cambio de un alquiler bajísimo era ya un regalo demasiado grande para una desconocida.

«Me gustaría que usted aceptase esta… esta cesta, señorita Greta. Ya es hora de que también usted conozca las primicias de mi huerto. Os lo ruego, yo vivo solo y siempre tengo fruta y verdura de sobra. No es ningún sacrificio para mí, es más, sería un placer».

«De acuerdo, señor Giacomo, acepto con gran placer vuestro regalo, a condición de que esta noche vengáis a mi casa a cenar conmigo. Estoy convencida de que, con todas estas maravillas, incluso un desastre como yo será capaz de preparar una exquisitez con guinda incluida».

Esos días Greta se sentía un poco melancólica y quizás compartir mesa con aquel simpático anciano de cabellos blancos le vendría bien.

Grieta se puso enseguida a cocinar y en poco más de una hora había ya preparado la comida y puesta la mesa para dos: le parecía raro compartir la mesa con otra persona después de casi seis años de soledad. Se asomó a la puerta para llamar a su vecino.

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